09/03/2021 / Guillermo Rodríguez

Liderazgo científico y tecnológico en tiempos de pandemia

Los grandes brotes pandémicos pasados, presentes y futuros, incluyendo VIH, SARS, Ébola, Zika y, ahora, la COVID-19, han generado y siguen generando altos niveles de preocupación pública y estrés sociosanitario.

Elcarácter autocrítico, apolítico y social del conocimiento científico debería ofrecer la mayor garantía en estos momentos, en los que la transparencia resulta clave para generar confianza entre el mundo de la ciencia y una ciudadanía ávida de encontrar refugio en ella, frente a la tormenta mediática creada en este periodo pandémico.

Siempre resulta beneficiosa una claridad total, incluso si como dijo Thomas H. Huxley “la gran tragedia de la ciencia, el asesinato de una bella hipótesis por un feo hecho”. Pero los representantes políticos acostumbran a ser poco proclives hacia la transparencia total. Se suelen mostrar dispuestos a definir directrices, que puedan graduar el nivel de transparencia que ellos (y sus intereses) consideran adecuado al escenario sociopolítico. Además, intentando ocultar el debate científico real bajo un amplio y ambiguo epígrafe de ‘recomendaciones de los expertos’, a veces devalúan sus decisiones, dejándolas en meras predicciones especulativas, cuando no en simple palabrería inconsistente.

Para reducir el riesgo de los pacientes (presentes y futuros), resulta esencial un enfoque proactivo, capaz de gestionar eficazmente los recursos terapéuticos, acelerando el acceso de los pacientes a medicamentos novedosos y mejorando la eficiencia y la tasa de éxito de la atención médica, mediante a una correcta planificación de escenarios hipotéticos, enfocados a la previsión de la demanda.

Sin embargo, los pronósticos solo funcionan si los modelos sobre los que se construyen resultan acertados y, por supuesto, si son realistas los datos médicos, científicos y epidemiológicos proporcionados e introducidos en dichos modelos. Por ello, es necesario responder a algunas preguntas clave sobre la idoneidad (o no) de las actuales políticas científicas: ¿Por qué existe la Ciencia? ¿Para qué sirve el trabajo de los científicos? ¿Qué necesidades deben satisfacer nuestras infraestructuras científicas y de salud? ¿La práctica clínica ha sido acertada? E, incluso, ¿a quién le interesaba, hasta hace poco, una técnica descubierta hace 40 años, como la PCR? O dicho de forma más mundana, ¿es lógico que el presupuesto de los equipos de la primera división del fútbol triplique al presupuesto del CSIC?

Las respuestas a dichas preguntas son clave,en primer lugar, para las agencias reguladoras y para los responsables de la salud, a la hora de determinar los requisitos que desemboquen un óptimo desempeño, en función del riesgo y el uso previsto de los avances científicos y tecnológicos. Además, podrían tener implicaciones para la prevención de futuras pandemias y la preparación de los sistemas de salud.

De ese modo podremos alcanzar el éxito a largo plazo, en base a una información científico-médica, que siempre debe ser precisa, imparcial, no sesgada y basada en verdades validadas científicamente. No obstante, hay que tener en cuenta que las políticas cambiantes socavan la credibilidad sobre su efectividad, incluso si pretenden reflejar los datos científicos más novedosos, por lo que resultan de difícil comprensión para los ciudadanos.

Consecuentemente, este desafío no se resolverá solo con teorías economicistas de la salud o con cooperaciones tecnológicas puntuales, sino con un verdadero cambio de comportamiento en lo económico, lo social y lo cultural, asumiendo que las mejoras que aportaría toda esa innovación organizativa es la forma más eficaz para reforzar la competitividad de un país, sin estar obligatoriamente basado en gastos e inversiones.

De modo razonable, resulta primordial coordinar a todos y cada uno de los especialistas que disponen del conocimiento médico-científico requerido para tomar las decisiones más acertadas, a la vez que influir de una manera positiva sobre los depositarios del poder necesario para tomarlas, es decir, las autoridades sanitarias.

Resulta necesario crear redes de administrados en la esfera civil (científicos o no) que se puedan consideren tratados como auténticas prolongaciones de la esfera pública, representada por sus administradores, sobre los cuales se ha depositado el poder de gestión y de decisión estatal. Consecuentemente, es preciso crear relaciones de dependencia mutua, con límites suficientemente difusos como para permitir la expansión y transmisión de una serie de valores compartidos. De este modo, la ‘nueva sociedad civil postpandémica’ se podrá autogenerar y construir más allá de los estados, gracias a las formas de comunicación emergentes, como son las redes sociales.

Todo lo anterior implicaría la ausencia de una dirección definida y visible, permitiendo que, en virtud de una toma de decisiones, más autónoma y consciente, seamos capaces, entre todos, de transformar el conocimiento científico-técnico global y generar un valor añadido frente a las actuales vías formales de información. Para ello, hay que tener el arrojo de tomar decisiones para crear valor a largo plazo, sin importar el posible ‘dolor cortoplacista’ generado en el proceso.

Como contrapeso a esa mayor autonomía, se habrían de implementar una serie de iniciativas regulatorias con las que se puedan crear nuevas relaciones más flexibles, aunque más robustas; más cambiantes, aunque más enfocadas en lo importante; y más globales, aunque más humanas. Solo si logramos entender bien el proceso por el cual se toman determinadas decisiones, seremos capaces de adoptarlas más eficazmente, primando los factores positivos (inversiones, resultados y gestión) y revisando los factores de riesgo (costes y retrasos). En consecuencia, no habrá un desarrollo social y sanitario sostenible sin un propósito compartido, el cual hay que comunicar y reforzar de forma eficaz, para mantener a ciudadanos y dirigentes enfocados en la misión de superar la COVID-19.

Todo lo cual conllevaría una tarea de renovación del ‘contrato social’, que evite la inercia del ‘statu quo’ y requerirá líderes en los diversos campos de la salud que gestionen e implementen un rediseño de las relaciones sociales actuales y sean capaces de sobreponerse a la natural aversión al riesgo.

En primer lugar, en estos tiempos de incertidumbre, los investigadores en los diversos campos de las Ciencias de la Vida deben comunicar mucho más de lo que hacen habitualmente y, si fuese necesario, ser capaces de dividir los mensajes clave en paquetes más pequeños, utilizando cualquier medio de comunicación que garantice que llegan a toda la población. En segundo lugar, el lenguaje se debe adaptar al ciudadano medio, no a lo que desean oír los votantes, aunque, como dijo Nietszche, “oímos solo aquellas preguntas para las que estamos en condiciones de encontrar respuestas”.

Mediante esas estrategias de comunicación, se podrá evitar la irracionalidad pseudocientífica que impera en estos momentos de caos ‘infodémico’, una vez que los científicos, médicos, biotecnólogos, etc. comuniquen, de un modo comprensible, el conocimiento actual disponible. Así se evitarán algunas lacras pseudocientíficas como el negacionismo, los movimientos antivacunas y las pseudoterapias. Aunque quizás sea difícil, porque según demostró el psicólogo y premio Nobel de Economía Daniel Kahneman, todas las personas, incluso las muy inteligentes, tendemos a la irracionalidad.

En definitiva, cada día es más necesario enfocarse en la comunicación sincera sobre informes científicos oportunos, autorizados, precisos y objetivos para guiar la acción de salud pública, ya que la pandemia es un desafío, no solo para investigadores, sino también para los dirigentes y para los ciudadanos, a los que administran. Por consiguiente, es momento no solo de soluciones inmediatas que den resultados precisos, sino también de preguntas que inviten a la reflexión, a la crítica y al análisis de su impacto real.

Sin embargo, esa ‘nueva realidad’ supondría un verdadero desafío para una gran mayoría de personas que trabajan en el entorno de la política, las cuales suelen sentirse muy orgullosas de lo que han construido y prefieren ser reconocidos por sus logros a corto plazo, más que por sus posibles soluciones de futuro. Pese a lo cual, hay que enfocarse en logros a largo plazo viables, olvidándonos de las probables pérdidas a corto plazo.

La crisis de la COVID-19 ha supuesto la aceleración de una serie de tendencias que ya venían observándose y, de seguir como hasta ahora, abren un futuro más que incierto. Pero antes de eso, hay que reflexionar de forma flexible sobre un modo idóneo de convencer a votantes y conciudadanos de los beneficios futuros anunciados, ya que deberían cambiar los enfoques socioeconómicos, de ahorro y escasez de recursos, que priman actualmente en las políticas de promoción de la ciencia y la salud. En situaciones como la actual pandemia de la COVID-19, resulta pueril buscar el interés político frente al del conjunto de los ciudadanos.

La flexibilidad hacia paradigmas que considerábamos inamovibles garantizará una mejor adaptación para próximas emergencias, mientras que los avances científico-tecnológicos en salud, digitalización, automatización de procesos, la inteligencia artificial y la provisión de servicios virtuales se han de convertir en prioridades para el buen gobierno de esta y de futuras pandemias.

Esta situación no será transitoria, sino que los cambios que hoy se están introduciendo repercutirán en una nueva forma de entender la salud, la tecnología y la digitalización como impulsores de la sociedad. De ese modo, también se está creando, de forma permanente, una futura manera de afrontar las implicaciones jurídicas aplicadas al ámbito de las relaciones laborales, las interacciones sociales y productivas e, incluso, las conexiones interculturales.

Ello permitirá fomentar la convivencia y la actividad conjunta, organizada y ordenada de todos los grupos sociales, más allá de la clásica división en sociedad civil (incluyendo sociedades científicas, culturales, religiosas, académicas, etc.) y poder político. Ello implicaría un mayor grado de comunicación, cooperación y un cambio en los valores dominantes, en la sociedad de estas primeras décadas del siglo XXI.

Por ejemplo, la inversión en I+D+i es un indicador fiable para medir el grado en que una sociedad avanzada implementa y entiende la planificación a largo plazo, para la identificación de productos sanitarios o tecnologías punteras capaces de dar al país una ventaja de futuro. Todo ello, siempre que se renueve periódicamente el compromiso de mantener los recursos en el transcurso de la (larga) vida de cada proyecto innovador, haya o no un clamor social puntual para la búsqueda de soluciones rápidas.

Pero ese sería un desafío diferente a cualquier otro al que nos hayamos enfrentado y obliga a un cambio total en la forma de gestionar los recursos públicos, en la percepción de la sociedad hacia la ciencia y la tecnología, en el funcionamiento de las actuales cadenas de suministro globalizadas e incluso en el desempeño empresarial y laboral. Pero, para alcanzarlo es necesaria una sincera voluntad política de promocionar la innovación en las diversas disciplinas que investigan actualmente en salud y una verdadera ambición nacional para poder convertir los avances científicos en soluciones industriales prácticas y útiles para el tejido social e industrial del país.

Y es que cualquier organización, ya sea política, social o empresarial, que no se atreve a explorar caminos distintos anula su capacidad para adaptarse. No emprender y no aceptar los nuevos retos que se plantean resta competitividad y limita las posibilidades de cualquier sociedad para sobrevivir en escenarios de crisis. Pero, por definición, emprender mediante acciones creativas conlleva riesgos y, por tanto, lo más cómodo es permanecer en un estado de derogación tácita de la responsabilidad. No hacer nada en relación a un problema es también una decisión.

El miedo al cambio es una de las barreras más extendidas dentro de las actuales estructuras organizativas (públicas y privadas), lo que limita las posibilidades de cualquier organización para sobrevivir en escenarios de crisis, tan inestables e inciertos como los actuales. Reconstruir el mundo de ayer es imposible. Ahora es necesario crear un mundo mejor para el futuro.

Datos del autor
Nombre Juan Díaz
Empresa AEPIMIFA
Cargo Colaborador
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